El robo de tapas alcantarillas es un viejo delito. Quizás el ladrón de anoche se llamaba Israel. Puede ser, pues ya con sus 6 años este niño al que conocí en un colegio de Alcalá, hacía sus pinitos en el mundo del hampa de la mano de algún Fagín de la familia o algún Monipodio del barrio. Yo mismo le había visto en una ocasión, desde mi aula de logopedia, escalar la pared del colegio hasta los tejados e introducirse por las ventanas de los pasillos para desvalijar alguna clase descuidadamente abierta. Finalmente se había puesto alarma en el cole lo que frustró durante un tiempo su delictiva afición. Pero, como la necesidad agudiza el ingenio, pensó en la alternativa de llevarse las tapas del alcantarillado del patio. Cuando, al día siguiente, le tocó el turno del interrogatorio (estaba el primero en la lista de sospechosos) negó vehementemente su autoría. Lo hacía con desparpajo, incluso con gracia, como sospechoso bregado en lances semejantes. Al final, antes de fracasar completamente las pesquisas, a un profesor (perro viejo en el oficio) se le ocurrió hacer un comentario desenfadado:
- ¡Mira que venir a robar las alcantarillas de hierro y arrastrarlas por todo el patio, con lo que debe pesar eso...!
- ¡Jo, que si pesan! -Se le escapó al pequeño truhán.
Todos sonreímos... El pequeño Israel tardó unos segundos en darse cuenta de que había metido la pata. Luego ensayó un gesto pícaro y pensó para sí: ¡Vaya, he picado!