Busca el hombre su ración de premios, su porción de honores. Desea y reclama su cuota de prestigio, sus cinco minutos de fama. En los niños se expresa de una forma inmpúdica, a veces rabiosa. En los adultos formas mucho más elaboradas, camufladas con motivaciones complejas.
Pienso, con una sonrisa, en mi sobrino Raúl. Es un crío encantador, sensible, algo atolondrado... Tiene a su primo Sergio como compañero y amigo de juegos. Comparten familia, edad, colegio... pero Sergio ha madurado antes y su caracter reflexivo y despierto le hace competir con éxito en la mayoría de las actividades. Destaca en muchas facetas y raro es el mes en que no ha ganado algún concurso, tenido la mejor nota o conseguido algún trofeo.
Les recuerdo hace algunos años. Quizás fuera en uno de aquellos veranos en que mi sobrino Sergio acudía a uno de esos campamentos urbanos de la época estival. Había conseguido "una medalla de oro" en uno de los juegos que se organizaban y Raúl se moria de envidia por tener una igual. Insistía e insistía a las puertas de la rabieta. Tan pesado se puso que su padre le recriminó: - ¡Hijo mío, pareces tonto, con eso de la medalla... !
Y Raúl, encoraginado, le replicó: - ¡Vale, pues seré tonto! ¡Pero el tonto de las medallas!
Ja,ja,ja.
ResponderEliminarSi que es cierta esa necesidad del ser humano de ser premiados o elogiados de algún modo, como bien dices a cualquier edad.